Vivimos en duelo desde hace un año y medio, ante la pérdida de familiares que nos abruma en la pandemia. Las consecuencias del Covid en todos los estamentos de la sociedad nos mina más en los niños y adolescentes, quienes están en desarrollo psicoevolutivo y necesitan nuevos reaprendizajes en una nueva sociedad donde el “futuro tiene un precio” y la fragilidad del sistema psicoemocional está siendo afectada.
La depresión es una de las principales causas de enfermedad y discapacidad entre adolescentes a nivel mundial. Abajo el cortisol y arriba las dopaminas sería una de las llaves ante la cárcel o manicomio que se cocina si no actuamos con emergencia. Ya casi todo en cuanto a salud mental tenemos a mano, y es extraña la lentitud en el accionar de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y los profesionales de los países, que implementan proyectos y visualizan el aumento de las enfermedades mentales antes de la pandemia y ante este caos se evidencia que los “proyectos engavetados” muestran la falta de amor y cuido a los ciudadanos. Falta de voluntad política y solo somos vistos como pagadores de impuestos o tributos al mejor estilo neocolonizador. Es alarmante el índice de suicidio de los adolescentes. En Costa Rica se reportaron 15 casos al mes de junio del 2021. A nivel mundial, según la OMS el suicidio era la segunda causa de muerte de personas de 15 y 29 años antes de la pandemia, en estudiantes en el 2020. La incertidumbre, falta de motivación en el futuro y la situación de pobreza son entre muchos condicionantes de los disparadores de la depresión y duelo.
Es importante señalar que al cambio de milenio en el dos mil, se habían realizado estudios en salud mental con sus proyecciones; según el informe OMS del año 2003, la depresión aparece como la causa principal de discapacidad y la cuarta de las diez causas principales de la carga de morbilidad en el ambiente mundial y que para el 2020, la depresión ocuparía el segundo lugar entre los trastornos mentales y físicos. La etapa de la niñez y la adolescencia son estadios vulnerables, transicionales al proceso del desarrollo de la personalidad de ese adulto.
Los procesos de socialización y el compartir con sus pares en el preescolar, escuela, colegios y universidades ha sido cortado abruptamente y esos vacíos son llenados por la Tv y redes virtuales, que les suman más conflictos, porque ya de por sí el púber y adolescente (10 a 19 años y hay estudios científicos actuales de una nueva etapa llama Aduladolescencia: jóvenes de hasta 25 años, que viven con sus representantes), están en búsqueda de identidad y aceptación. Y en la familia disfuncional la “mesa está servida” para que se aíslen y se tornen explosivos o depriman. La observación de la madre y padre o la docente son indicadores que nos pueden ayudar a detectar síntomas depresivos, que aumentan al pasar los años, si no se atienden. El CDI (Children de Inventory) señala que se debería focalizar en la autoestima devaluada y percepciones de sí mismo negativas, los cambios de sueño, al dormir de día y estar despiertos toda la noche con la CPU, y otros con pesadillas y miedo, con aislamiento social y familiar, cambios del apetito, hiperactividad, disforia e ideación suicida.
La mitad de los trastornos mentales comienza a los 14 años o de menos edad, pero la mayoría de los casos no se detectan ni se tratan. Y el suicidio comprende los años entre los 15 y 19 años. Es alarmante el aumento de los trastornos mentales de los adolescentes y eso afectará la edad adulta con afecciones de salud física y mental, porque se limitará las oportunidades y hoy en pandemia son los más vulnerables (a nivel planetario se estima que entre el 10 % y el 20 % de los adolescentes experimentan trastornos mentales, pero estos no se diagnostican ni se tratan). Los especialistas de la conducta y procesos psicológicos en conjunto con los docentes hemos tratado de abordar con una educación preventiva ya sea con charlas, conferencias películas, talleres en las escuelas y en la práctica clínica se atiende a las familias, pero el alcance es mínimo y ahora con la tecnología podría ser masivo, pero persiste la falta de voluntad política y sensibilidad humana para globalizar estas orientaciones y casi siempre reina la burocracia, la indolencia sin cultura preventiva… y no esas respuestas reaccionarias de “apagafuegos’’.
No me cansaré de repetir que el estrés mata o se cronifica y en estas tempranas etapas evolutivas del desarrollo infantojuvenil se necesita esta educación, porque ya de por sí la autonomía e identidad son pilares en su conformación. Pero los modelos del neoliberalismo son de competitividad y agresión, imposición y aceptación al grupo; es una presión para adaptarse. Se les somete a la exploración de la identidad sexual, al uso y mayor acceso de la tecnología que los exponen a pedófilos o pederastas. Los niños y adolescentes son especialmente vulnerables a la violencia sexual, que les causará efectos negativos en la salud mental. Algunos adolescentes corren mayor riesgo de padecer trastornos de salud mental a causa de sus condiciones de vida o situaciones de estigmatización, discriminación, exclusión, o falta de acceso a servicios y apoyos de calidad. Como los muchachos de la calle, en guerra o los migrantes, los especiales con déficits cognitivos, los que padecen del espectro autista, enfermedades crónicas, mutilaciones, los que carecen de educación, o las minorías étnicas, como aborígenes, raza y preferencia sexual… Ante la pandemia los saltos emocionales son inesperados, con arrebatos y llantos, o síntomas físicos de dolores de cabeza, estómago, musculares, de respiración o náuseas. Sexo femenino. Y por lo general lleva a cuadros de anorexia, bulimia y de los atracones compulsivos. Estos están relacionados con cuadros depresivos, de ansiedad, de identidad, autoestima y el uso de droga.